El año que viví diciendo «sí»

(este texto, publicado originalmente en septiembre de 2016 en Medium, es bien difícil de encontrar por allá porque fue una respuesta al texto de un amigo y, por la estructura del sitio, jamás aparecerá en mi perfil. Decidí traerlo a este blog porque tiene mucho más sentido acá)

Uno de los años más interesantes, emocionantes y agotadores de mi vida vino de cruzar The Cult of Done con los principios de la impro. Había pasado un inicio de año complicado, cortesía de replantearme el plan de vida con el que había configurado el 2013 y que terminé dejando por salud mental y emocional. Sentía que no había mapa, por primera vez en muchísimos años mi “vida adulta” estaba perfectamente fuera de control… Y no iba a desaprovechar la oportunidad.

¿Oportunidad de qué? Bueno, así como en administración me enseñaron a decirle “área de oportunidad” a los problemas, supuse que quedarme sin mapa de recorrido recién pasados los 35 años, con un montón de herramientas en la bolsa y muy poca idea de qué sí quería lograr era una GRAN oportunidad (por no decir “el momento de terror más grande de los últimos 10 años”). Después de hacer inventario de las herramientas disponibles, me di cuenta de que había muchas cosas que quería y podía hacer, y me dispuse. Usé 3 bloques básicos de “principios”:

  1. The Cult of Done: me aterrorizaba, ante todo, la parálisis. Porque si no sabes dónde estás, quedarte quieto da mucho, mucho miedo. Así que introyecté varios de los puntos y me dispuse a que fuera un año de “hacer”: cualquier pequeña cosa sumaba; era más importante “hecho” que “perfecto”, si no lo hacía avanzar, tomaba otra cosa. Si reaparecía con otra cara, lo reinterpretaba y lo tomaba.
  2. Improvisación: el teatro de improvisación me salvó de mí misma muchas veces a lo largo de los últimos 4 o 5 años. Sus principios básicos me hablaban muy profundamente: escucha, aceptación, generosidad, trabajar con los otros, suspender el juicio por el tiempo necesario para hacer que las cosas empiecen a caminar. Por lo tanto, también sería el año del “modo impro”.
  3. La Directriz 2-3: esta la creé justo antes de soltar el proyecto de vida del 2013 y es engañosamente simple; exige que se cumplan al menos 2 de 3 puntos posibles en un proyecto. Los puntos son: trabajar en cosas que me gustan, con gente con la que me guste trabajar, que me paguen por ello. Puedo trabajar en cosas que no me gustan con gente que sí, por un pago… O trabajar en cosas que sí, con gente que no, y que me paguen… O trabajar en cosas que amo, con gente que amo, hasta sin pago.

¿Qué cosas pasaron? Todas. Desde antes de terminar el 2014 empecé a decirle que sí a cosas y se movieron las aguas: tomar proyectos escénicos con Jugamos y con Lapsus Colectivo. Este último se volvió un esfuerzo de todo un año, con funciones por todos lados. Al mismo tiempo, acepté participar en teatro de texto con una directora principiante, y luego entrar a un torneo de improvisación con gente a la que apenas conocía. En algún momento, me encontré planeando un par de diplomados que no han ocurrido todavía, pero que ampliaron mis horizontes al respecto de si podía o no planificar actividades académicas de mayor calado; organicé mi propio curso de semiótica, en casa de amigos, y luego lo transformé en un monstruo modular que podía ocurrir en 30 horas o en 4… Di charlas en universidades al respecto de improvisación aplicada a la creatividad, semiótica aplicada a marcas como perspectiva para editores y literatos; participé en círculos de poesía y leí mis propias obras y me disfracé de payaso para ellos y organicé una troupe para un evento especial y escribí una rutina de standup malísima para presentar hallazgos de mercadotecnia; acepté aparecer como extra en videos que luego no salieron en ningún lado. Fui a celebrar el cumpleaños de Cortázar y leí apasionadamente en público y eso, de manera tangencial, me llevó a crear mi propio espectáculo escénico, primero unipersonal y luego en formato para compartir con los amigos, y llevarlo a eventos a beneficio lo mismo que a Tlaxcala. Seguí dando clases de maestría un trimestre sí y uno no, y acepté dar clases con más ritmo en licenciatura, y luego en especialidad. Seguí aceptando proyectos de investigación de mercado, y luego de trendhunting, y de tallereo creativo…

Obvio, no todo fue andar sola: busqué cómplices para echar a andar proyectos con diversos niveles de éxito. Abandoné algunas veces, fracasé otras, muchos de los proyectos fueron cosas de una sola vez, con sus múltiples sorpresas y con maravillosos aprendizajes. Dormí poco, salí mucho menos con amigos (aunque trabajé con muchos de ellos, y algunos que no lo eran al empezar se volvieron gente indispensable). Me quedé sin tiempos de descanso; mis hobbies se volvieron trabajos y mis trabajos de pronto eran momentos de relajación. Me descubrí más dispersa que nunca, pero también, por necesidad, mucho más organizada con mi agenda (“mida con un micrómetro, marque con un gis, corte con un hacha” se transformó en mi mantra de planeación de horarios).

Si tuviera que sonar falsamente optimista, diría que fue una gran experiencia, porque aprendí a retar mis límites y mantenerme creativa; a no desanimarme, a aprovechar todos los recursos disponibles y a solucionar casi cualquier cosa. Sin embargo, creo que lo mejor que me dejó fue el agotamiento: ese cansancio me llevó a observarme y aceptar que también necesito la quietud y el silencio; que puedo hacer cosas (y soy endemoniadamente buena haciendo) pero también soy buena no haciendo. Me recordó que no soy sólo un hacer, también soy un ser y un estar. Hay cierta madurez en eso, que no tenía antes de ese año. Sigo sin tenerle miedo a hacer, pero hacer tanto me ayudó a perder la urgencia por hacerlo todo al mismo tiempo.

Revisar este texto con tiempo y distancia, a casi 10 años de ese 2014 enloquecido, es delicioso. Aprendí mucho, pero también me llevé a un límite del que no necesariamente sabía como regresar y en el que pasaban muchas cosas que no necesariamente sé si puedo volver a conseguir. Estoy sintiendo que, después de eso 10 años de locura, apenas el último año y medio pude conseguirme algún tipo de estabilidad. Seguro escribiré más acerca de eso en Fluoxetina

5. Reto de escritura

Por alguna razón, la pandemia y el confinamiento me pusieron especialmente ágrafa, aunque ahora sí había reunido las condiciones ideales para hacerlo: vivo sola, en un lugar que no es del todo propio pero del que no me van a correr, tengo recursos económicos para no tronarme los dedos durante, al menos, otro par de meses; sin embargo, se me secó la inspiración. Como no estoy dispuesta a dejar que eso pase por mucho más tiempo, porque me atreví a autonombrarme escritora apenas en marzo, porque me queda al menos otro mes de poco contacto humano, decidí seguir un reto de escritura que encontré en pinterest.

La idea es escribir diario, durante 30 días, con provocaciones sugeridas por listas. Si funciona, este blog tendrá pronto 30 posts nuevos. ¡Ojalá que sí!

5.4 Lugares que quiero visitar

En condiciones normales, fantaseo con viajar todo el tiempo. Ahora que estamos en circunstancias extraordinarias, fantaseo mucho más y con sitios más random. Por ejemplo, tengo atorado el deseo de conocer Portugal desde hace años, y ahora todavía más… Pero también está el deseo de pedir prestado un coche y manejar hasta Oaxaca, para llegar a mi rutina de cuando estoy allá, y caminar por calles casi vacías y por el mercado lleno de gente y comer cualquier cosa que se me atraviese y sentir que el sol me envuelve; apropiarme de sus espacios de cabo a rabo, que siento que tiene una eternidad que no visito. Oaxaca es la ciudad que me ha visto renacer más veces en la vida.

O pensar otra vez en ese mismo hipotético automóvil prestado, y manejar a Veracruz, el puerto en el que recuerdo mis vacaciones de la infancia, el malecón que he recorrido hasta el cansancio, el centro en el que he bailado danzón, y seguramente llegar con el viento del norte y tener que soportar la lluvia, el viento y el encierro, en vez de ir a Mocambo a caminar en la arena parda.

Ya entrados en gastos, podría soñar con tomar un avión barato e ir a visitar a mis amigas de Cancún, a comer comida italiana y beber clericot y reírnos mucho. Y tal vez, solo tal vez, ir a la playa, a ver el mar clarísimo y volver a sentir el temor reverente de la última vez.

Está también el sueño de volver a ir a esos lugares que me hacen feliz y que extraño (y que probablemente tarden en volver a ser eso que amé), como Coyoacán, Santa María la Ribera o el Centro Histórico.

No he confesado todavía (aunque no creo que haga falta) lo mucho que deseo visitar diciembre pasado, tal y como fue, caminando por el mercado y el quiosco y las iglesias de una zona de la ciudad que me era al mismo tiempo familiar y desconocida, del brazo de alguien que en ese momento le daba cuerda al mundo. Ese pasado es un lugar amado y amable, que sé (como se sabe siempre del tiempo transcurrido) que ya no volverá; sin embargo, ahora que puedo nostalgiarlo todo, desear visitar el pasado reciente (con sus lugares y personas amadas) tiene tanto sentido como desear conocer Portugal en el futuro. Son viajes en el espacio y en el tiempo, intangibles, aparentemente imposibles, pero en ambos casos cuento con la imaginación para llenar los huecos por un tiempo más. Lo que venga después, llegará por su cuenta.

5.3 Un recuerdo

Es fin de semana. Me desperté, de nuevo, como a las nueve de la mañana. Es la hora en la que me canso de dormir, habitualmente. Tengo a un gato al lado, el otro en medio de nosotros, y ambos perros pequeños duermen a nuestros pies. En cuanto se nota que estoy despierta, es momento de hacerle algo de caso a los animales: apapacho para el gato, ser saltada por el otro gato, tener dos perros que buscan mi atención. Los gatos saben que, a partir de que los perros piden ser el foco, es momento de desperezarse e ir a otro lado. Los perros nunca han sabido dejar de ser el foco de atención.

Después de un rato de acurrucamiento con animales, y sabiendo que R. no se va a despertar hasta bien entrado el mediodía, decido levantarme. Es hora de que mi estómago reciba algo: voy a la cocina por un plato de cereal con leche. El sonido de mis pasos despierta a los perros de la sala, que también empiezan a rascar la puerta. Entonces, en vez de desayuno en la cama, con libro, tendrá que ser desayuno en la sala. Voy de regreso a la recámara por la novela que tengo en la mesa de noche.

Con la novela bajo el brazo y el plato de cereal en esa misma mano, salgo del dominio humano al dominio de los perros, que en algún momento fue la sala-comedor. Se siente fresco, por la puerta abierta para que salieran al patio. Los perros pequeños salen corriendo para allá; los grandes quieren saludarme. Coloco el plato de cereal en alto, cambio el libro de mano y procuro abrirme paso hasta el sillón. Basta llegar a mi rincón, la esquina del chaisse-lounge, para que todas las bestias sepan que ya es hora de pasar la mañana de pequeños placeres todos juntos. Maya seguirá en el taburete, meneando la cola con fuerza; Dongo pide atención, y para ello se alterna con Chico y con Chuck. Olga sabe que no necesita trucos: le basta hacer valer su antigüedad y acurrucarse justo a mi derecha, lo más cerca posible de mí.

Pongo el libro y el plato de cereal en el rincón que no alcanzan los perros. Acomodo la cobija que siempre esta ahí, a la mano, para mantenerme calientita. Después de los primeros tres minutos, regresa la paz y la tranquilidad: los perros saben que ahí estoy, me terminé el cereal a velocidad, empiezo a entrar nuevamente en calor. Es el momento de abrir de nuevo el libro, y leer en silencio, rodeada de todo el amor del mundo, hasta que R. despierte y su ritmo se imponga a los nuestros.

5.2 Cosas que me hacen feliz

Desde que estamos encerrados, he descubierto que me puedo sentir feliz con mucho menos de lo que creía. También he descubierto que hay cosas que cambiarán y que me hacían feliz tal y como eran, y probablemente no regresen al modo en el que eran por un buen tiempo.

Siempre supe que me gusta pasar tiempo conmigo. No habría creído que podía pasar dos meses Así. Me hace feliz despertar, y no tener que pararme corriendo para ir a ningún lado. Me hace feliz remolonear en la cama, y sentir la luz del sol apenas insinuarse por entre las persianas (que no amo ni amaré). Amo que mi gata decida acurrucarse a mi lado derecho solo un ratito más.

Amo el ritual matutino de preparar y beber café, por más que a veces olvide que calenté el agua, o que preparé el café. El ritual que me gusta es poner el café molido en la prensa francesa, prender la jarra hervidora y escucharla borbotear. Me hace muy feliz lavar los trastes a primera hora de la mañana, como un ritual de orden. Me hacía todavía más feliz hacerlo en el departamento que compartí con Ele, en donde el sol de la mañana se veía perfectamente desde el fregadero de la cocina.

Amo el agua caliente de la regadera, y llenarme de espuma. No necesariamente me hace feliz bañarme diario; pero me arregla el día poder bañarme sin presiones, con calma, dedicándole tiempo a la espuma y a mi piel. Los diferentes aromas (el jabón, el champú, el acondicionador, el desodorante, los aceites…) transforman el baño en una pequeña celebración. Me hace muy feliz escoger mi ropa y mis accesorios del día: si voy a usar una camisa, un vestido, una playera de superhéroes; si voy a ser oscura y misteriosa, o luminosa, o colorida. Vestirme para ser la que siento ser en ese día es un placer que rara vez había pensado como tal.

Me hace feliz escuchar música, inclusive cuando es música triste y la escucho estando triste. Saber que existe música para acompañar casi cualquier estado de ánimo no solo es un consuelo, sino un gusto que se multiplica. De hecho, explorar diferentes sonidos de acuerdo al humor del día es una fuente constante de felicidad.

En estos meses redescubrí también la felicidad de tener un espacio propio por el que no le rindo cuentas a nadie: vivir con roomies es lo segundo mejor a esto, y definitivamente no fui feliz durante mucho tiempo con la forma en la que viví compartir el espacio con quien fuera mi pareja durante años. Me hace muy feliz tener casi todos mis libros a la mano, aunque he descubierto que en todo este tiempo a solas he leído poquísimo. Creo que lo que me llena el corazón es saber que podría consultarlos si quisiera, haberlos acomodado por temas, sentirme en casa viendo sus lomos y tocándolos. Mis casas siempre han estado llenas de libros.

He descubierto que no solo me gusta comer, sino que disfruto intentar recetas. Cuando tengo algo que celebrar, o cuando quiero mejorarme el ánimo, horneo. Ahora también estoy descubriendo el pequeño milagro cotidiano de tener antojo de alguna comida no excesivamente complicada, y poder hacerlo realidad a partir de tener los ingredientes. Eso se lo debo a mi regalo de cumpleaños 40: una clase de cocina particular en Oaxaca. Eso juntaba muchas cosas celebratorias: aprender algo nuevo, en una de mis ciudades más amadas, y hacerlo a partir de una cocina que amo profundamente.

Eso me recuerda lo muy feliz que me hace viajar, y cómo me asusta pensar que, por al menos un par de años, viajar será extraño y complicado. Me encanta conocer nuevas ciudades, nuevas cocinas, escuchar acentos diferentes, descubrir espacios que se transforman en «míos» a muchos kilómetros de casa. También me hace muy feliz ir a restaurantes; conocer sazones nuevos y revisitar los que ya conozco y disfruto ha sido, durante muchos años, uno de mis placeres estables. Mis últimos dos cumpleaños los he celebrado comiendo o cenando sola, en un restaurante que ame, y han sido momentos de felicidad que planeo repetir.

Escuchar las historias de otras personas me hace muy feliz. Puede ser en conversaciones con amigues, durante entrevistas o sesiones de trabajo, leyéndolas, o siendo espectadora de teatro o de cine. Esos son otros dos placeres que se han modificado: he visto funciones de teatro vía remota, y he visto mucho cine en stream con amigues… Pero ir al cine sí generaba un espacio de expectativa y de escape que tardará en volver. Todo lo que depende de las multitudes se ha vuelto extraño y distante, y da un poco de miedo.

Cuando pienso en multitudes, disfrute y miedo, no puedo evitar sentir nostalgia por la felicidad que me causaba tomar el metrobús un domingo cualquiera, y recorrer la línea 1 hasta llegar a Buenavista; bajarme entre la gente que abarrotaba el vagón y caminar hasta la Alameda de Santa María la Ribera, para comer cualquier cosa cerca y sentarme en una banca a ver pasar la tarde: gente que bailaba, familias paseando, grupos de jóvenes que competían en batallas de spoken word, perris… Esa misma sensación de lo que me hacía feliz y no sé cuanto tardará en volver a ser para mí la causa Coyoacán con sus fines de semana de aglomeración y comida y músicos ambulantes y bazares de chácharas y otra vez perris y vendedores de globos y de flores. O el Centro Histórico. Amo caminar en calles abarrotadas, viendo y sintiendo la energía de la gente, sus olores, sus sonidos. Estar sola en medio de una multitud que se mueve es tan magnífico para mí como puede resultar aterrador estarlo enmedio de una masa humana que no se está desplazando a ningún lado.

Me hacen feliz las posibilidades, los nuevos inicios, el olor y el sonido de la lluvia. Las sonrisas compartidas, mandarme mensajes de la nada con amigas y amigos. Me hace feliz la electricidad del contacto entre mi piel y otra piel. Los besos. Regalar y regalarme y recibir flores. Tener arte colgado en las paredes, descubrir artistas nuevus, engancharme con las obsesiones de las personas que me caen bien. Me hace feliz ver atardecer en el sillón pequeño de mi sala, sin tener nada que hacer o a quien rendirle cuentas. Me hace feliz jugar videojuegos a ratos, salir a caminar, abrazar y que me abracen. Me hace feliz, en este momento, estar viva, que solo duela lo que siempre duele, que las palabras me estén enseñando a sanar.

5.1 Mi personalidad

Creo mucho en esa teoría de la que hablan en «Sostiene Pereira» de Antonio Tabucchi, en la que se habla de que todos nosotros somos «una confederación de almas». No creo que eso signifique lo mismo que el optimismo de Whitman diciendo «contengo multitudes», pero sí creo que definir la personalidad como algo estático, inmóvil, estable, es otra variante de la ingenuidad.

No creo ser la misma para mis alumnes con los que he desarrollado amistades a mediano y largo plazo que para quienes solo he sido «otra profesora», para mis amics de un sitio y de otro, presenciales y en línea; para mi familia y para mis afectos más cercanos, y tampoco creo que sea obligatorio mantener esa «estabilidad» a lo largo de los años. También estoy segura de que hay características de esta que soy que se manifiestan con regularidad, que ayudan a que quienes me conocen de hace tiempo (y a mí misma) nos aparezca esta ilusión de continuidad.

Sé, por ejemplo, que prefiero ser «realista-positiva». Que siempre he sido infinitamente curiosa. Que me gustan las conversaciones emocionantes sobre temas que le apasionan a quienes se involucran en ellas, y que eso hace que aprenda sobre muchas cosas distintas. Que procuro mantener los horizontes abiertos y la vista amplia. Ahora bien, ¿eso es una personalidad?

Podría trabajar en torno a los descriptores de mi funcionamiento psíquico: buen insight, ansiosa, a veces obsesiva, con déficit de atención, con al menos tres episodios depresivos en mi haber. Antecedentes de codependencia y de falta de claridad en sus límites, cierta dificultad para nombrar emociones como la tristeza, el miedo y el enojo, aunque con una resiliencia creciente… Pero esos son diagnósticos temporales, no estoy segura de que sean mi personalidad. Al menos, quiero creer que me acompañan y de alguna manera me explican, sin llegar a definirme por completo.

Puedo hablar de las características que prefiero de mí: empatía racional, amor por compartir lo que sé, deseos de conectar con otras personas, pero no con todas, y también una necesidad intensa de tener dónde huir de ellas llegado el momento. El entusiasmo por las cosas y los materiales creativos, y por las ideas ajenas. Después, balancear con lo que no me gusta: la obsesividad, pasar demasiado tiempo en mi cabeza, que me cueste trabajo darle continuidad a las cosas, esa forma en la que la gente que deja de estar visible se me «va» de la consciencia.

Aunque tal vez, solo tal vez, el eje de mi personalidad es eso que no menciono, pero que se nota al leerme y al tratarme: las muletillas, el cuestionamiento perpetuo, las referencias que rebotan dentro de mi cabeza a la menor provocación. Este pastiche de elementos, de pequeñas cosas y grandes retazos que me representa.

Coppelia Yáñez – Lomas Altas

Así me tocó el terremoto del 19 de septiembre de 2017. 32 años después del terremoto de 1985.

Cuéntanos dónde estabas

¿Quién? Coppelia Yáñez

¿Dónde vive? San Juan, Benito Juárez

¿Qué nos cuenta?
El 19 de septiembre era martes y tenía una junta en «pincheslejísimos»: Lomas Altas, sobre Constituyentes, a las 11:30 de la mañana. «Nos va a tocar el simulacro en el camino», recuerdo que pensé. Iba pensando en mi junta; en un proyecto de trabajo largo y en otro que se nos estaba complicando y sobre el que tenía que platicar con mi cliente. El simulacro nos pescó a la altura de la terminal de Observatorio, pero yo traía el cerebro en otra cosa. Había logrado tener la conversación de trabajo y la junta había salido bien, y justo cuando empezábamos a cerrar el tema, ya con la intención de salir corriendo rumbo a la Narvarte (con mi psicóloga, a tres pasos de metro Etiopía), sentimos que la mesa y las sillas vibraron super fuerte. «Qué camión tan grande»…

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Recuento 2015

Este recuento está hecho un poco arrastrando los pies: otros años me ha entusiasmado, o lo he temido… Ahora, ni la llegada a los 37 ni el inminente final del año calendario me han motivado (de hecho, hasta he huido un poco de publicar). Será que el proceso personal de este año ha estado interesante. Será que desde que retomé la terapia (a principios de año) se me han quitado las ganas de encontrar «grandes logros» en un año… Últimamente mis grandes logros son tan pequeños como asumir que está divertido ser quien soy, que no tengo que cargar con la responsabilidad o culpa de todo, convencerme de que no necesito convencer a nadie (ni a mí) de nada. O mantener al día mi contabilidad, ja.

Este año implicó hacer mucho de todo: mucho teatro, mucho trabajo, mucha escuela… Empezó como una búsqueda personal, como una necesidad de hacer TODO lo que quería hacer. Después de desembarcar de muchas cosas que no sabía si había querido o nomás había dejado que se dieran por default y de un 2014 agitadísimo, el 2015 me regaló profusión: de oportunidades bonitas, muchos espacios donde crecer y compartir, varios impulsores de estabilidad… Quise tomarlos todos. Lo logré, por los pelos. Con mucho agotamiento físico y mucha satisfacción emocional, sí, pero también con una gran necesidad de hacerme espacio para mí.

También ha sido el año de asumir mis límites. De recordarme de manera amorosa que no soy superchica, que no tengo una TARDIS, ni un pensadero, ni un tornatiempos. Que soy solo una, pero que esa una es suficiente para hacer lo que puede. Que no necesito hacer más que lo que puedo hacer, que ya es bastante. Como reto para el año que iniciará está, por supuesto, limpiar la agenda suave y amorosamente.

Encontré muchos cómplices en el camino, y me gusta que esta palabra se quede este año. Aunque no voy a mencionarlos a todos, cada uno de los espacios, tiempos y grupos con los que participé en estos 365 días me han regalado personajes entrañables, gente con la que comparto mucho y espero seguir compartiendo y coincidiendo. Proyectos personales, grupales, de trabajo, académicos, que crecen, mutan, jalan gente, la intercambian… Gente a la que recupero, a la que conozco por primera vez, relaciones que van modificándose con el tiempo.

De manera inesperada, 2015 fue una gran invitación a la estabilidad. No esa quietud que me da tanto miedo y que asocio con estancamiento, sino la posibilidad de crear un piso a partir del cual asumir que esto que tengo y que soy ya es, de alguna manera, la base de mi vida adulta. Ser estable no implica no tener retos: implica que la vida ya no es andar de liana en liana, y creo que eso me gusta.

Cierro con la palabra docencia: porque este es el año en el que regresé a serlo y hacerlo prácticamente de tiempo completo, porque he descubierto que soy mejor persona, más sana y más cuerda gracias a que soy docente; porque este año decidí comprometerme con ella como prioridad… Y estamos profundamente enamoradas, la docencia universitaria y yo. Pese a todos los «inconvenientes» que pueda tener, no son peores que otros, y me impulsan a ser mucho mejor yo.

Después del 2014 licuadora, un 2015 profuso no está mal. Espero que el 2016 sea un año de andamios.

Andamio: estructura auxiliar o construcción provisional con la que se pueden realizar desde torres hasta pasarelas o puentes. Su uso más habitual es permitir el acceso de obreros y materiales de construcción a todos los puntos de un edificio en construcción o en proceso de rehabilitación, en obra civil, mantenimiento o construcción.

Puesta al día

He visto tres museos en dos días. Hoy planeaba regresar temprano a mi casa y más bien acabé, cansada y contenta, comiendo tardísimo, refugiada de la lluvia en un food court feo pero eficiente. Hay tantas cosas moviéndose en la vida, todo el tiempo, cambios y serenidades… Proyectos que tomar, proyectos que soltar, dinámicas que definir, textos que leer, amarras que soltar.

Pienso en el blog-columna en el que estuve colaborando de vez en cuando en los últimos seis meses y en mi propia inconstancia. Y en vez de pegarme con un periódico enrollado por ello, pienso que simplemente no era el momento, pero que lo disfruté. De hecho, regreso a este espacio un poco motivada por la desaparición de aquél, en el tono de mi voz habitual: de blog, no de columna; escribiendo para mí, circunstancialmente leída por algún otro no determinado, pero ese que tal vez llega (¿tú? Que tal vez estás ahí) me escucha pensar y me lee en ese mismo trance en el que van ocurriendo las letras. 

Sé que ocasionalmente hablo de mí, de lo que me inquieta, de lo que pienso. Es mucho menos lo que e escribo que lo que me pasa y que lo que opino acerca de lo que me pasa, y sin embargo no quiero renunciar al ejercicio de ponerme por escrito, de estar aquí entre letras, de generarme espacios para preguntarme y contestarme cosas.

Ea, pues. Esto es mi barco de papel, mi grulla de origami. Montemos y sigamos.

Proyectos por pares

Curioso, pero resumiendo mis proyectos del año que inicia con los dos cómplices maravillosos de generación queroseno (apodo maravilloso que nos endilgué en nuestro primer desayuno), me di cuenta de que hay 3 líneas de acción que me eran evidentes desde el año pasado, pero que al final todas se presentaron en acción por pares, como animalitos en el Arca de Noé:

1. Proyectos financieramente redituables (o sea, trabajo)

Me pasó que ya había estrechado, apretado y consolidado mi relación con la primera fuente de proyectos que cumplen los «criterios Notable«: las adoradas trendhunters que me dan piso, estabilidad y adrenalina, todo a la vez. En los últimos meses del año pasado, sin embargo, apareció otra agencia que me llamó, ante todo, por mi expertise específico: cuando mis relaciones laborales empiezan por pedirme que haga semiótica, ya sabemos que no soy gente normal 🙂 . Y así llegó mi segundo proyecto: una agencia en la que ya había estado hace cien años, pero en la que ya nada es lo que era cuando estuve. En resumen, una agencia nueva, que me llama para hacer —por supuesto— cosas nuevas, trabajo en equipo y capacitación. Apenas llevamos unos meses, pero creo que ya di con los dos espacios que quiero conservar y hacer crecer; espero que el resto del año siga pensando lo mismo.

2. Proyectos intelectualmente redituables (o sea, docencia)

Esta es fácil: llevo años siendo profesora de mi materia favorita (semiótica, por supuesto) en Muy Muy Lejano. Cosas vienen y cosas van, los requisitos cambian. Me encantan mis grupos de maestría, aprendo mucho con ellos… Pero también me quedaba la espinita de saber que ser profesor de una sola materia en una sola escuela me pone en un punto vulnerable. Y más por aquello de que el doctorado seguirá en suspenso hasta que encuentre un nuevo sitio dónde cursarlo. Llevaba al menos un par de meses dándole vueltas a dónde repartir mi currículum vitae, cuando me llamaron de urgencia. De una universidad que ya tenía vista a mediano plazo. Para dar una materia que me encanta, en un entorno poco común. Por supuesto, dije sí. Ya tengo dos universidades en las cuales dar clase, lo cual promete mantenerme ágil y hacerme leer en cantidades totalmente ridículas.

3. Proyectos emocionalmente redituables (o sea, teatro)

A mediados del año pasado asumí que sí, que tantos talleres en torno a improvisación, clown y teatro no sólo eran para pasar el rato, y que sí quería estar frente a público. Con cierta urgencia. Y luego me entró la amargura de que el teatro no se hace en solitario, ni siquiera cuando planteas un espectáculo unipersonal: siempre necesitas otros que te acompañen, dirijan, critiquen, impulsen. Y la vida me puso dos vías a tomar (y escogí las dos):

Teatro de improvisación: apareció la convocatoria de ¿Jugamos?, lanzada por compañeros que conocía del Match de impro de 2013. Como buen improvisador, dije «¡Sí!». Ahora son los amigos con los que ya hice dos presentaciones, cené en diciembre, jugué gotcha y con los que nos presentaremos de nuevo a finales de enero. Así, casual. Y también «casual» fue que le preguntara a mi profesor de principios de 2014 que si me podía subir al barco de jugar con sus alumnos de finales del 2014. Y con su «¡Sí!», me encontré en otro proyecto mágico y maravilloso, el Lapsus Colectivo que también está transformándose en una fuerza imparable en nuestras vidas, y un grupo con el cual reír, partir rosca y trabajar soñando (y soñar trabajando).

Teatro de texto: en uno de mis cursos de improvisación (probablemente el que más me desatoró a nivel personal y actoral) conocí una compañía nueva, todos estudiantes de teatro, universitarios. Y dentro de ese grupo, una chica que de pronto decidió confiar en mi trabajo para invitarme a su montaje para la universidad. Acepté, y ha sido un espacio de aprendizaje, juego y encontrarme reforzando cosas que hace 15 años al menos que no pensaba. Y otro amigo, llegado a mi vida por el lado trendhunter, ya también me preguntó si me interesa estar en algo escrito y dirigido por él. Si la vida y los horarios nos dan, ¡por supuesto!

Tres espacios que se ramifican en pares. Mágicamente, de alguna manera. Y la liga de boliche aspirante, las salidas con amigos, los planes de pareja… Tengo la impresión de que 2015 será un año de mucho trabajo, pero también muy fructífero. En mis manos está lograr que lo sea.