Coco

Fue el marido de mi tía abuela por algo así como mil años: llevaban juntos desde que ella tenía 14. En su casa viví prácticamente todas las navidades hasta que cumplí los 30. Siempre fueron los tíos más cercanos de mi madre y mis tías. Un hombre encantador y despistado, que parecía tener la cabeza perpetuamente en otra parte, en otra cosa, pero que al mismo tiempo siempre tenía una sonrisa que ofrecer.

Las puertas de su casa siempre estuvieron abiertas de par en par. Ayer, en el funeral de Coco, me di cuenta de que mi tía Yola, su mujer —ahora su viuda— es lo último físico, tangible, que tengo de mi abuela. De que empiezan las despedidas de esa generación, después de una agradecible pausa de años. 

Nada. El silencio. Un agradecimiento a lo que dejan quienes se van. Tzutzuku: unos continuamos en los otros. En eso creo.

Yola y Coco