5.2 Cosas que me hacen feliz

Desde que estamos encerrados, he descubierto que me puedo sentir feliz con mucho menos de lo que creía. También he descubierto que hay cosas que cambiarán y que me hacían feliz tal y como eran, y probablemente no regresen al modo en el que eran por un buen tiempo.

Siempre supe que me gusta pasar tiempo conmigo. No habría creído que podía pasar dos meses Así. Me hace feliz despertar, y no tener que pararme corriendo para ir a ningún lado. Me hace feliz remolonear en la cama, y sentir la luz del sol apenas insinuarse por entre las persianas (que no amo ni amaré). Amo que mi gata decida acurrucarse a mi lado derecho solo un ratito más.

Amo el ritual matutino de preparar y beber café, por más que a veces olvide que calenté el agua, o que preparé el café. El ritual que me gusta es poner el café molido en la prensa francesa, prender la jarra hervidora y escucharla borbotear. Me hace muy feliz lavar los trastes a primera hora de la mañana, como un ritual de orden. Me hacía todavía más feliz hacerlo en el departamento que compartí con Ele, en donde el sol de la mañana se veía perfectamente desde el fregadero de la cocina.

Amo el agua caliente de la regadera, y llenarme de espuma. No necesariamente me hace feliz bañarme diario; pero me arregla el día poder bañarme sin presiones, con calma, dedicándole tiempo a la espuma y a mi piel. Los diferentes aromas (el jabón, el champú, el acondicionador, el desodorante, los aceites…) transforman el baño en una pequeña celebración. Me hace muy feliz escoger mi ropa y mis accesorios del día: si voy a usar una camisa, un vestido, una playera de superhéroes; si voy a ser oscura y misteriosa, o luminosa, o colorida. Vestirme para ser la que siento ser en ese día es un placer que rara vez había pensado como tal.

Me hace feliz escuchar música, inclusive cuando es música triste y la escucho estando triste. Saber que existe música para acompañar casi cualquier estado de ánimo no solo es un consuelo, sino un gusto que se multiplica. De hecho, explorar diferentes sonidos de acuerdo al humor del día es una fuente constante de felicidad.

En estos meses redescubrí también la felicidad de tener un espacio propio por el que no le rindo cuentas a nadie: vivir con roomies es lo segundo mejor a esto, y definitivamente no fui feliz durante mucho tiempo con la forma en la que viví compartir el espacio con quien fuera mi pareja durante años. Me hace muy feliz tener casi todos mis libros a la mano, aunque he descubierto que en todo este tiempo a solas he leído poquísimo. Creo que lo que me llena el corazón es saber que podría consultarlos si quisiera, haberlos acomodado por temas, sentirme en casa viendo sus lomos y tocándolos. Mis casas siempre han estado llenas de libros.

He descubierto que no solo me gusta comer, sino que disfruto intentar recetas. Cuando tengo algo que celebrar, o cuando quiero mejorarme el ánimo, horneo. Ahora también estoy descubriendo el pequeño milagro cotidiano de tener antojo de alguna comida no excesivamente complicada, y poder hacerlo realidad a partir de tener los ingredientes. Eso se lo debo a mi regalo de cumpleaños 40: una clase de cocina particular en Oaxaca. Eso juntaba muchas cosas celebratorias: aprender algo nuevo, en una de mis ciudades más amadas, y hacerlo a partir de una cocina que amo profundamente.

Eso me recuerda lo muy feliz que me hace viajar, y cómo me asusta pensar que, por al menos un par de años, viajar será extraño y complicado. Me encanta conocer nuevas ciudades, nuevas cocinas, escuchar acentos diferentes, descubrir espacios que se transforman en «míos» a muchos kilómetros de casa. También me hace muy feliz ir a restaurantes; conocer sazones nuevos y revisitar los que ya conozco y disfruto ha sido, durante muchos años, uno de mis placeres estables. Mis últimos dos cumpleaños los he celebrado comiendo o cenando sola, en un restaurante que ame, y han sido momentos de felicidad que planeo repetir.

Escuchar las historias de otras personas me hace muy feliz. Puede ser en conversaciones con amigues, durante entrevistas o sesiones de trabajo, leyéndolas, o siendo espectadora de teatro o de cine. Esos son otros dos placeres que se han modificado: he visto funciones de teatro vía remota, y he visto mucho cine en stream con amigues… Pero ir al cine sí generaba un espacio de expectativa y de escape que tardará en volver. Todo lo que depende de las multitudes se ha vuelto extraño y distante, y da un poco de miedo.

Cuando pienso en multitudes, disfrute y miedo, no puedo evitar sentir nostalgia por la felicidad que me causaba tomar el metrobús un domingo cualquiera, y recorrer la línea 1 hasta llegar a Buenavista; bajarme entre la gente que abarrotaba el vagón y caminar hasta la Alameda de Santa María la Ribera, para comer cualquier cosa cerca y sentarme en una banca a ver pasar la tarde: gente que bailaba, familias paseando, grupos de jóvenes que competían en batallas de spoken word, perris… Esa misma sensación de lo que me hacía feliz y no sé cuanto tardará en volver a ser para mí la causa Coyoacán con sus fines de semana de aglomeración y comida y músicos ambulantes y bazares de chácharas y otra vez perris y vendedores de globos y de flores. O el Centro Histórico. Amo caminar en calles abarrotadas, viendo y sintiendo la energía de la gente, sus olores, sus sonidos. Estar sola en medio de una multitud que se mueve es tan magnífico para mí como puede resultar aterrador estarlo enmedio de una masa humana que no se está desplazando a ningún lado.

Me hacen feliz las posibilidades, los nuevos inicios, el olor y el sonido de la lluvia. Las sonrisas compartidas, mandarme mensajes de la nada con amigas y amigos. Me hace feliz la electricidad del contacto entre mi piel y otra piel. Los besos. Regalar y regalarme y recibir flores. Tener arte colgado en las paredes, descubrir artistas nuevus, engancharme con las obsesiones de las personas que me caen bien. Me hace feliz ver atardecer en el sillón pequeño de mi sala, sin tener nada que hacer o a quien rendirle cuentas. Me hace feliz jugar videojuegos a ratos, salir a caminar, abrazar y que me abracen. Me hace feliz, en este momento, estar viva, que solo duela lo que siempre duele, que las palabras me estén enseñando a sanar.

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