Huyendo de la maternidad

Pues sí. Quienes ya me conocen sabrán que soy de esas extrañísimas mujeres que van por la vida diciendo que no quieren hijos. Tuve la suerte, además, de encontrar a mi cómplice en la vida con exactamente el mismo principio básico de «no reproducción». Digamos que nuestra misantropía da para eso 🙂

En realidad, creo que desde los 20 me di cuenta de que mi instinto materno estaba muy desactivado. Todavía a los 18, cuidé a mi prima —en ese entonces de meses apenas— durante toda una noche, en una mecedora, sin dormir, como una verdadera (glup) madre. Pero después de eso, se me quitó. Nunca fui de las que piden cargar al bebé, ni me emocionó aprender a cambiar pañales; me desespera el llanto infantil. Soy la mejor cómplice de mis sobrinos, que saben que pueden jugar conmigo a pelear con espadas lo mismo que pedirme que les cuente cuentos o que veamos las caricaturas… Y también saben que al primer drama, llanto o payasada, se acabó la atención.

Últimamente, por cuestiones de trabajo, estoy investigando mucho sobre mujeres, mamás, cómo se vive en otros sitios… Inevitablemente aparecen temas como «crianza con apego», «colecho» «lactancia infinita» (ese lo acabo de inventar). Hay una nueva tendencia de maternidad con la que no puedo, ni siquiera como espectadora.

Tampoco creo ser un monstruo: creo que la lactancia durante los primeros 6 meses de vida es infinitamente mejor que la fórmula, me gusta que las mujeres que tienen vocación de mamás se encuentren con esa área nueva de sus vidas, algo que se vuelve tierra nueva y fértil para descubrir y descubrirse, y me encanta saber que están comprometidas con lograr mejores seres humanos.

No, con lo que no puedo es con esa ansiedad que le genera este asunto de «ve al ritmo que tu bebé te marque» a muchas mujeres. Tampoco puedo verlas disolverse en «mamá de…». No me quejo de la maternidad en general, me quejo de esa forma particular de la maternidad que implica negarse a una misma y a su pareja para satisfacer los «deseos naturales» del niño. Me niego a escuchar de boca de profesionistas urbanas egresadas de universidad que «están esperando al siguiente bebé porque creyeron que mientras amamantaran tenían protección natural» (y llevan año y medio dando pecho). Parejas que duermen con el bebé en la cama durante tres años (y, evidentemente, son más «papás» que «pareja»). A ver mujeres tratando de interrumpir el berrinche de su creatura de 16 meses dándole teta para que se calme.

A veces me parece que esa tendencia está más encaminada a satisfacer apegos e inseguridades de mamá, que a realmente «satisfacer» al bebé. Que a ellas las calma sentir que tienen esas expresiones físicas del vínculo indisoluble que ya existe, de manera inevitable, en el plano espiritual y emocional. Me genera terror imaginarme lo que será de ellas cuando sus hijos sean adolescentes, cuando se enfrenten al proceso de individuación definitivo. Admito que recuerdo a mi propia madre (que no fue de colecho y crianza con apego y lactancias infinitas, sino de disciplinas, pero también de creatividad y juegos y estímulo) sufriendo mi proceso de independencia. Fue maravilloso contar con ella en la infancia, difuso en la adolescencia, terrible en la entrada a la juventud. Recuerdo de pasada a una niña de 23, de escasos recursos, en una entrevista de hace años, confesando que no había inscrito a su hija a la primaria, «porque quería tenerlo con ella otro ratito».

Evidentemente, tengo amigas que son mamás, y que han sido un tipo diferente de madres. Desde las que son laissez faire hasta las de ánimo más militar, pasando por las que trabajan, las que comparten la crianza dividida con sus exparejas, las que inventan cada día una nueva herramienta. Las que tienen miedo y dudan, pero se atreven a explorar y echar a perder, intentar y fallar. Amo a las que saben que no hay instructivos. También he visto pasar amigas y conocidas en el otro universo: las que no pueden despegarse en ningún momento, las que se angustian ante el llanto más mínimo, las que se sienten culpables por no recibir el premio «mamá vegana orgánica con apego de la década». Las que esperan que su hijo crezca sin daños, sin traumas, sin que la vida los toque, porque ellas esperan ser el parapeto.

Esas últimas son las que me convencen, más que nunca, que la maternidad y yo no estamos hechas la una para la otra…