Hace un par de años, gracias a una muy querida amiga, descubrí la improvisación. Empecé como espectador, pero al ver que me reía como hacía mucho no lo hacía (con una libertad y una energía especiales) decidí intentar con llevarlo a la práctica.
Lo que yo creía que sería un espacio escénico, resultó un espacio de libertad. No sólo porque eran tres horas por semana dedicadas a jugar como niña, sino porque tiró muchas paredes en mi cabeza. Puedo decir, sin ningún temor y sin exagerar, que soy una persona muy diferente a la que era antes de empezar a hacerlo.
Cuando estaba por terminar con los cursos básicos (tres) de impro, ya había decidido cuál era el siguiente reto: hacer clown. Resulta que mucha gente que quiero y admiro andaba en esos asuntos desde hace tiempo, además de que una de las obras de teatro que más me ha marcado en la vida fue «Ícaro», del grandísimo Daniele Finzi. Así la cosa.
Empecé a buscar sin buscar: el modo nuevo de «tomo las cosas cuando me las encuentro». Así he pasado por una cierta cantidad de talleres. En cada uno descubro nuevas técnicas, nuevos maestros… Pero lo mejor del clown siempre es la gente; y eso tiene todo que ver con los principios básicos de esta «indisciplina» 🙂
Cuando empecé a entrenar, descubrí que es al mismo tiempo simple y dificilísimo, por estas razones básicas:
- Necesitas amar el error. Deveras. No sólo se trata de reconocer cuando lo haces mal, sino de amar los errores, mostrar los fracasos y entregarte a esa sensación de «ya-la-re-gué». Y aprender a darte cuenta de que no es el fin del mundo.
- Mi clown es mi yo más vulnerable. En serio. Eso se los dirá cualquiera que haga clown «de a devis». Es una parte increíble del juego, decidir que voy a mostrar mi placer, mi locura, mi torpeza, mi amor… Es lo máximo… y es complicado, porque depende de aprender a confiar en los demás. Delicioso cuando lo logras, y crea a los mejores compañeros del mundo.
- Necesitas hacerte más caso. Y con eso no me refiero a la vocecita esa que me insiste en que lo hago todo mal, o que no debería. Esa vocecita no soy yo, y lo estoy aprendiendo todavía, me cuesta trabajo desprogramarme tantos años de «buena estudiante» «hija mayor y «buen ejemplo».
- Para el clown, el escenario es un hogar, el público la razón de ser, sus compañeros en escena sus mejores amigos… Y eso hace que necesite recordarme que los otros ahí están, para mí, tanto como yo estoy para ellos. He tenido que romper mis hábitos viejos de creer que las respuestas están en mí, para darme cuenta de que están en los demás y por todas partes.
- El placer está bien, y está en todo. Hay una trampa por ahí, que me decía que el placer es malo, o es complicado, o es caro, o es para después. Ya descubrí que no. Todavía necesito practicar más con el placer de estar, de jugar mis emociones «negativas», de disfrutar estar al mando. Sé que con el tiempo llegará.
Llegar al clown ha sido un cambio radical. A estas alturas de mi vida no sé si daré espectáculos, si me fugaré con un circo, si será mi hobby eterno, si encontraré el modo de compartirlo con otros… Lo que sí sé es que me ha regalado amigos increíbles, y me ha descubierto una puerta a un tipo de paz mental, felicidad y equilibrio que no conocía. Seguiré explorando. Les cuento.